A vueltas con el cerebro

Al hilo del post anterior, el otro día leí en el periódico una especie de reseña de varios libros que hablaban del cerebro (entre los que estaba el de Marino, que no le merecía al autor una mención más que de pasada). Por supuesto, entre esos libros campaba a sus anchas la concepción del cerebro creador, y me ha parecido interesante comentar algunas de las cosas que aparecían en esas reseñas. Creo que es interesante analizar críticamente la información de los medios de comunicación cuando se refiere a nuestra área de conocimiento, ya que al público general sin conocimientos específicos del tema se la cuelan como quieren. ¿Cuantas burradas no me habrán colado a mí en las noticias de macroeconomía, política, física, etc., temas en los que disto mucho de ser experto? Incontables, seguramente. Si me tengo que guiar por las burradas que detecto yo en las informaciones relacionadas con la psicología, entonces, amigos, estamos jodidos. Francamente, no veo ningún motivo para fiarme de las noticias relacionadas con áreas que no domino, basándome en las bobadas que hacen pasar por información veraz y contrastada en temas psicológicos (no estoy hablando necesariamente del articulo que voy a comentar, que al fin y al cabo solo es una reseña de libros).

Pero bueno, vamos a lo que vamos. El artículo empieza fuerte citando una tontería supina de uno de los libros: «antes que nada, somos nuestro cerebro y la mente que él crea […], si fuera posible trasplantar el cerebro de un cuerpo a otro, lo que en realidad estaríamos haciendo no sería un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo».  Parece que este autor (Ignacio Morgado) se olvida de que el cerebro es solo una parte de ese cuerpo que él deshecha, una parte como el corazón o los pulmones, igual de importante e imprescindible que estas. Parece decir que, si nos quitan el cerebro, ya no seríamos nosotros. Gracias, Ignacio, por tu sabiduría. También te puedo decir yo que, si nos quitan los pulmones, tampoco seremos «nosotros»: seremos un organismo inerte muerto, y nos pudriremos. Aunque nos dejen el cerebro intacto. En fin, vemos en esta frase en todo su esplendor lo del cerebro creador: somos nuestro cerebro y él crea la «mente», cual dios. Es fácil rebatir esto. No somos nuestro cerebro, somos nuestro cuerpo entero, cerebro incluido. Si nos dejasen el cerebro mondo y lirondo, ese cerebro no sería nadie. Imaginad que le extirpan un cerebro a un bebé nada más nacer y lo meten en un tarro, manteniéndolo viv0. ¿Será eso una persona? Para cualquiera que piense un minuto, la respuesta es: no. Por lo menos, no lo que entendemos por persona normalmente. Para que se forme una «persona», necesita todo su cuerpo, necesita moverse, interactuar con el mundo, con las personas… sin «cuerpo», el cerebro (que, por favor, no olvidemos que también es «cuerpo») no forma nada, no crea una identidad, no crea una personalidad, no crea nada de nada, porque todo lo que hace el cerebro depende de lo que le llega de fuera, sin eso no hace nada. Y para que le lleguen cosas de fuera, NECESITA al resto del cuerpo. Necesita ojos, orejas, manos, necesita piernas para moverse (o ruedas, o muletas, pero algo que le permita explorar), sin esto el cerebro no es nada, es exactamente lo mismo que un riñón en ese metafórico tarro. Es decir, identificar a la persona con el cerebro es totalmente incorrecto. El cerebro es UNA PARTE de la persona, no la persona en sí. Esta es la famosa falacia mereológica: darle a una parte las propiedades del todo.

Siguiente. Habla el autor del libro de Francisco Mora ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad?, y dice que pretende entender la felicidad desde las neurociencias, respondiendo a preguntas como ¿sienten los animales felicidad? y ¿es lo mismo la felicidad en el niño que la felicidad en el anciano?. En fin. ¿Qué nos pueden decir las neurociencias sobre estas dos preguntas? Volvemos a uno de los puntos que trata Marino Pérez en su libro: ¿qué aporta realmente conocer los correlatos neuronales de las actividades? El hecho de que a un niño «feliz» se le active un área del cerebro distinta que a un anciano «feliz», qué me dice? ¿y si se activa la misma? ¿entonces su felicidad es igual? Pues mira, no. Para empezar, habría que ver qué es eso de la felicidad. Dudo muchísimo que, para hacer estudios neurológicos, hayan llegado a una definición científica de «felicidad» que les permita cuantificarla y detectarla claramente cuando se da. Eso para empezar. Pero digamos que lo han hecho. ¿El hecho de que los cerebros de un niño y un viejo se activen de forma distinta ante situaciones «felices» qué nos dice? Si la respuesta es que sienten de forma distinta, para eso no necesitamos los escáneres cerebrales. No solo los ancianos y niños, sino todas las personas, sienten las situaciones de forma distinta. La alegría que tú sientes es distinta de la mía, al igual que el miedo, aparte del hecho de que probablemente sintamos esas emociones ante situaciones diferentes. Entonces, ¿qué aportan los correlatos neuronales al estudio de la felicidad? Yo no entiendo mejor la felicidad de una persona si me dicen que se le activa el córtex cingulado anterior. La entiendo mejor si me explican qué cosas le hacen sonreír, por qué cosas se esfuerza, qué cosas funcionan para él como un premio, etc. Entonces entiendo su felicidad, sé cómo provocarla y cómo predecirla. Lo mismo va para la pregunta de si los animales sienten felicidad. ¿De verdad crees que mapeándole el cerebro vas a contestar a eso? Puedes saberte al dedillo las zonas que se activan en un mono cuando le das un plátano, pero sigues sin saber si lo que siente se parece en algo a lo que tú has elegido llamar felicidad. De todas formas, ya te lo digo yo: no, no se parece. La felicidad es un concepto inventado por los humanos, una etiqueta que le ponemos a algo muy difuso y definido culturalmente, que cambia de un sitio a otro. Pretender encontrar la «felicidad» en los animales es ridículo. Y además volvemos a lo mismo de antes: ni siquiera en humanos es igual de una persona a otra. Cada una tendrá su concepción dependiendo de su cultura, estudios, nivel socioeconómico, país, educación familiar, etc.

Y bueno, luego continúa la cosa de una forma más moderada y no tan estridente, así que pararemos aquí, porque lo más gordo del artículo era esto. Bueno, luego habla bien de Freud, pero por hoy lo dejaremos pasar, que no tiene que ver con el tema. Aun así por lo menos admite que ha perdido influencia, que mentía para sostener sus teorías y que más que un científico es un escritor imaginativo. Esto no lo digo yo, que conste, que lo dice el autor del artículo, admirador de Freud.

Pero nos vamos del tema. Lo que pretendía era poner un ejemplo más de cómo se tratan estos temas de forma tan ramplona y sin criterio en los medios de comunicación. Se tiene la perspectiva cerebrocéntrica como un pilar incuestionable y todo lo relacionado con la psicología y cada vez con más áreas (neuroética, neuroeconomía) se ve desde esa perspectiva, sin siquiera plantearse sus supuestos.

El briconsejo de hoy es: no os creáis nada. Vivid en una cueva alejados del mundo. O, alternativamente, leed mucho de todo y formaros un criterio. Pero esto cuesta mucho.

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